Filosofía

Filosofía en México en México

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Concepto de Filosofía

«La Filosofía es un concepto colectivo para todo aquello que no puede aún ser tratado científicamente. En el curso del tiempo se han desprendido de la Filosofía diversas disciplinas tales como la Lógica, Ontología, Metafísica, Epistemología etc.

El objeto de la Filosofía es lo suprarracional, lo incomprensible, lo que se halla por encima de la razón o, por lo menos, en las fronteras (véase qué es, su definición, o concepto jurídico, y su significado como «boundaries» en derecho anglosajón, en inglés) de ella. Para muchos autores la Filosofía es la teoría del conocimiento cuyo estudio es la posibilidad del conocimiento mismo, los presupuestos y limitantes del conocimiento posible; para otros, es el estudio del hombre como fundamento y supuesto de todo lo demás, es decir, todo está en la realidad referido de alguna manera del hombre.

La filosofía se distingue de las otras ciencias por su punto de vista. Cuando considera un objeto, lo mira siempre y exclusivamente desde el punto de vista del límite, de los aspectos fundamentales.»

(Introducción a la Filosofía, Zea, Leopoldo. Editorial Edicol. México, DF. Pág. 7)

Filosofía mexicana

Dentro de la cultura azteca y maya no existe propiamente una filosofía. Hay, claro está, ideas filosóficas inmersas en las cosmogonías. Los indígenas americanos fueron hombres míticos, más que teoréticos. Difícilmente podría separarse el pensamiento filosófico, en el supuesto de que existiera, de las ideas cosmológicas y religiosas.

Siglo XVI
La historia de la filosofía en México se inicia, rigurosamente, en el s. XVI, en relación con el movimiento intelectual y escolástico del Siglo de Oro español, más importante para la filosofía política y jurídica que para las disciplinas científicas o la especulación metafísica. Aparecen también varias utopías; Vasco de Quiroga, admirador de Tomás Moro, persigue tenazmente el ideal de una sociedad más justa y más humana.

Fueron las órdenes religiosas quienes llevaron la filosofía a la Nueva España; franciscanos, dominicos y jesuitas introducen los estudios filosóficos bajo el amparo de John Duns Escoto, Tomás de Aquino o Francisco Suárez. En la Universidad Pontificia sobresale Francisco Cervantes de Salazar (m. 1575), el primer doctor en Filosofía graduado en suelo mexicano, profesor de retórica, admirador de Juan Luis Vives y de Hernán Pérez de Oliva, y que desarrolla y publica los diálogos latinos de Vives.

El erasmismo no está ausente de Hispanoamérica en el s. XVI; ciertamente no abundan los erasmistas; pero hay una gran personanalidad que no puede ocultar la huella de Erasmo de Rotterdam: fray Juan de Zumárraga, primer obispo y arzobispo de la Nueva España, introductor de la imprenta y colaborador en la fundación de la Universidad Pontificia. En su Doctrina breve (1554) cita renglones del Enchiridion y la Paraclesis; aprovecha lo esencial de la Philosophia Christi. Postula el cristianismo interior y el retorno a las fuentes evangélicas; deja ver una fe optimista en la eficacia de la palabra bíblica vulgarizada sin obstáculo alguno. Muchos clérigos que leyeron la Doctrina breve de Zumárraga siguieron, sin advertirlo, las principales ideas directrices de Erasmo de Rotterdam.

La Universidad Pontificia y los colegios desempeñan en la filosofía colonial un papel de primordial importancia; la filosofía en México ha sido casi siempre, desde sus albores, una filosofía universitaria. La Real y Pontificia Universidad de México se fundó, por decreto de Carlos V, en 1553. La Universidad de Salamanca y la de Alcalá de Henares, ambas en plena gloria, sirvieron de modelos para las universidades fundadas en América. La Universidad de México adoptó las constituciones de la de Salamanca; con las siete cátedras: teología, escrituras, cánones, artes (lógica, metafísica, física), leyes, decretales y retórica; estas «siete columnas» de la enseñanza mexicana estaban sostenidas sobre la base de la lengua latina. México tuvo cátedras de filosofía dedicadas especialmente a Tomás de Aquino, John Duns Escoto y Francisco Suárez. Las órdenes religiosas enseñaban también en los colegios de estudios superiores: Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, Colegio Mayor de Santa María de Todos los Santos, Colegio de San Ildefonso, Colegio de San Nicolás en Michoacán, etc.

Fray Alonso de Veracruz, regresado de Alcalá de Henares y Salamanca, tomó el hábito de agustino en Veracruz, fundó en Tiripitio la primera casa de estudios de los agustinos en 1540 y fue designado lector de artes y teología; más tarde, al fundarse la Universidad Pontificia, fue nombrado catedrático de Teología escolástica; discípulo de Francisco de Vitoria, es el introductor en la Nueva España de la filosofía de Aristóteles. Católico inquebrantable pero abierto a las reivindicaciones humanistas admitía una reforma de la escolástica; habría que deshacerse de vanas e inútiles especulaciones; pero en Lógica, Psicología y Física, la ciencia rigurosa seguía estando en Aristóteles. Fray Alonso escribió, con fines didácticos, un tratado de Lógica (Recognitio Summularum) y otro de dialéctica (Dialectica Resolutio); en rigor, su obra lógica es un repaso de las summulas de Pedro Hispano. En la Physica Speculatio aborda los temas de la metafísica aristotélica y la cosmovisión, incluyendo además un valioso tratado sobre el alma. Su temática no cubre todo el panorama filosófico, pero es lo bastante importante y amplia para iniciar en la Filosofía a la juventud estudiosa de México.

Otras figuras destacadas son: Antonio Rubio, que llega a México en 1576, pasa 20 años y regresa a España; en tierras mexicanas escribió y enseñó su Lógica Mexicana, un profundo comentario a la lógica aristotélica, a la altura de la crítica renacentista.

El sevillano Tomás de Mercado (m. 1575), «hombre de mucho ingenio y doctrina» según fray Luis de León, llegó a México muy joven, tomó el hábito de Santo Domingo en 1553 y escribió una obra filosófica, Commentarii lucidissimi in textum Petri Hispani, fundamentalmente didáctica, en la que ofrece su experiencia docente con exigencias de rigor. Tradujo la lógica aristotélica en estilo pulido y suave; escribió además una Suma de Tratos y Contratos.

Finalmente, el docto jesuita Antonio Arias (1568-1615) dejó, pese a su temprana muerte, varios escritos filosóficos que muestran al concienzudo profesor y al filósofo que sabe orientarse entre las novedades científicas de su tiempo.

Siglo XVII
En él se consolida el esfuerzo creador del XVI. Hay más alumnos de filosofía y aumenta el número de instituciones de educación superior; aunque no hay publicaciones filosóficas. No escasean, en la Universidad, los maestros excelentes: Dr. Juan Díaz de Arce, fray Diego de Basalenque, fray Diego de Villarrubia, fray Andrés Borda. El jesuita Andrés de Valencia enseña filosofía y deja tratados de lógica, dialéctica y filosofía natural. Por entonces se deja sentir la influencia de Francisco Suárez, el gran metafísico español. El padre Agustín Sierra escribe, en 1688, una obra de cosmología que se conserva manuscrita en la Biblioteca Nacional.

Hay que destacar a Marín de Alcázar, filósofo polémico de sólida información y argumentación ingeniosa y profunda; combate doctrinas tomistas y escotistas para adherirse a las teorías de Vázquez y Francisco Suárez, que enseña y difunde con verdadera pasión. También Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700), de familia distinguida; n. en Ciudad de México; se educó en el Colegio jesuita de Tepotzotlán. Fue filósofo, poeta, matemático, astrónomo, anticuario e historiador; atacó las supersticiones de los astrólogos al aparecer el gran cometa de 1680; publicó el folleto Manifiesto filosófico contra los cometas despojados del imperio sobre los tímidos. Contra el padre Kino, en quien advierte cierto desprecio por los nativos de América y su ciencia, escribe La libra astronómica, obra ya clásica en México; es una defensa de sus ideas y de la ciencia de la Nueva España. Carlos II de España le confirió el título de cosmógrafo real; fue profesor de matemáticas en la Universidad Pontificia y capellán del Hospital del Amor de Dios.

Siglo XVIII
La conciencia mexicana en el s. XVIII entra en su mayoría de edad. Los frailes seguían siendo casi los únicos hombres letrados en América; ellos sirvieron de portavoces a la modernidad; la nueva filosofía, la nueva ciencia y la nueva política llega a través de clérigos. Los experimentalistas, acaso lectores del padre Benito Jerónimo Feijoo, presentan sus primeras escaramuzas contra los escolásticos en el conocimiento de la Naturaleza, en el que no se debe seguir la autoridad, sino el experimento; un siglo después de la publicación del Discurso del Método, la duda cartesiana empieza a ser plenamente conocida en América.

El sabio José Antonio Alzate, autodidacta, lucha contra los peripatéticos, de 1788 a 1795, en el periódico Gaceta de Literatura; confronta irónicamente ciertas tesis aristotélicas de astronomía, física y fisiología con las explicaciones de la ciencia moderna, y exhibe la degradación lamentable de los estudios aristotélicos; divulgó la ciencia moderna y combatió el lastre de una autoridad muerta en ella. Después vendrán otros pensadores de lucha: el médico José Ignacio Bartolache critica la filosofía escolástica porque considera que no hace referencia a la vida y es «inútil» para hacer buenos ciudadanos, buenos padres, buenos agricultores; Agustín Rivera publica La filosofía en la Nueva España, lleno de sarcasmos y pasión antiespañola, pero útil en cuanto apunta a una nueva conciencia de temas y problemas dieciochescos.

En el s. XVIII coexiste la corriente escolástica con la tendencia racionalista en la Nueva España. Fray Miguel Díaz, maestro del convento franciscano de Tlatelolco, donde le llamaban el «Escoto de la Nueva España», escribe una obra exponiendo el libro III del maestro de las Sentencias (Pedro Lombardo). Fray José Antonio de Aldalur, lector de filosofía en el convento grande de Querétaro, legó en escasos manuscritos un curso sobre filosofía de Aristóteles, y varios escritos sobre cuestiones teológicas. El jesuita Antonio de Peralta (1668-1736), teólogo y filósofo de gran renombre en su tiempo, escribe unas Disertaciones escolásticas, más tarde reimpresas en Jena y Amberes, y 14 tomos sobre teología y jurisprudencia. Y podría seguir la lista de escolásticos con los jesuitas Lucas Rincón, Pedro Zurita, Gregorio Vázquez de Puga; los profesor Francisco Javier Lazcano, Francisco Ignacio Cigala y el padre Francisco Javier Alejo de Orrio.

Fuera de las aulas se levantan voces contra la escolástica. René Descartes, Francis Bacon, John Locke, Pierre Gassendi eran conocidos a medias; pero los que se interesan vivamente por la ciencia experimental y las nuevas ideologías europeas van multiplicándose.

El jesuita guanajuatense Andrés de Guevara inicia una nueva era para la filosofía en la Nueva España, con una prudente reforma en la escolástica; preconiza el método experimental de las ciencias, la crítica seria de textos y sufre la influencia de Francis Bacon, René Descartes y los sensistas; escribe Instituciones Elementales de filosofía, donde muestra con independencia una nueva atmósfera filosófica.

Pero la personalidad más brillante, en el s. XVIII, es Juan Benito Díaz de Gamarra y Dávalos, n. en Zamora, Michoacán, colegial en San Ildefonso de México, sacerdote oratoriano desde 1764 y doctorado en la Universidad de Pisa (Italia). Reformó el plan de estudios del colegio de San Miguel el Grande, para ponerlo a la altura de los mejores de Europa. Entre sus obras destacan: Elementa recentioris philosophiae (con historia de la filosofía, lógica, metafísica, ética, geometría y física), Errores del entendimiento humano (donde combate los prejuicios de su tiempo), y Elementos de filosofía moderna, que sirvió de texto en la Universidad de México, con gran elogio del censor del virrey.

Gamarra es un ecléctico que busca la verdad en todos los sistemas sin convertirse en epígono de ninguno, sin jurar por la palabra del maestro, sin espíritu de partido. Es cartesiano al admitir la diferenciación de la ideas no claras y distintas, a la materia como sustancia extensa y divisible, y al alma como principio pensante en el hombre. Sabe que para ser filósofo hay que pensar con hondura y sinceridad las grandes cuestiones filosóficas. No sólo es un intelectual sino también un precursor ideológico de la independencia.

Siglo XIX
Durante la revolución de independencia se leen preferentemente libros de doctrina política; en particular, los enciclopedistas franceses. Las obras de Voltaire, Jean-Jacques Rousseau y Montesquieu circulan entre abogados de la Ciudad de México, canónigos y curas de los pueblos. La clase intelectual aprendía el francés para leer en los textos originales; Francia se convierte en modelo de la cultura más atrayente.

Miguel Hidalgo, educado en el colegio de San Nicolás, bajo la dirección de José Antonio Borda y con el método de Francisco Javier Clavijero, conservó las tendencias ideológicas de las nuevas corrientes francesas y recibió un grado universitario. Los intelectuales insurgentes, educados en la filosofía de la Enciclopedia, justificaban con razones el derecho a la libertad, se habla de soberanía popular y se entablan polémicas sobre derecho natural. Después de la independencia persiste el humanismo naturalista del Siglo de las Luces; el liberalismo, con sus ideas de libertad y progreso, se convierte en una filosofía militante. El Dr. José María Luis de Mora, que había estudiado teología, muestra influencia de Montesquieu, Jeremy Bentham y Benjamin Constant. Valentín Gómez Farías, iniciador de la instrucción pública en México, cierra la Universidad Pontificia y funda la Escuela de Medicina, para enseñar de acuerdo con el método experimental. El romanticismo se une al liberalismo en literatura y política; ambos enarbolan el ideal de libertad, rompen con las normas del pasado y caen en cierto individualismo anárquico. El Dr. José María Luis de Mora divulga el utilitarismo de Jeremy Bentham. La filosofía dominante en la Universidad es la de Étienne Bonnot de Condillac, John Stuart Mill, Destutt de Tracy y Cabanis. Todo ello en el primer tercio del siglo.

Las obras filosóficas de Jaime Balmes contribuyeron también al conocimiento y difusión de la ideología de los seguidores de Étienne Bonnot de Condillac. Hace su aparición el materialismo, con la Exposición sumaria del sistema frenológico del Dr. Gall por José Ramón Pacheco. El espíritu de rebeldía se encarna en un activo jacobino con pública profesión de ateísmo: Ignacio Ramírez, fogoso orador que profesa un materialismo y sensualismo. Ya en la segunda mitad del s. XIX, Gabino Barreda importa a México el positivismo de Auguste Comte, después de haberle escuchado en París algunos cursos; se importa, pues, la previsión, más que la ciencia pura.

En las páginas de la Revista Positiva, Agustín Aragón trató de conservar el estilo del viejo positivismo. Durante toda la era porfirista, la doctrina positivista mantuvo la preeminencia; la filosofía fue desterrada de la Universidad, confinándose en los seminarios y en algunos colegios dirigidos por la Iglesia. En 1910, Justo Sierra (1848-1912), con su escepticismo de transición, reacciona contra el positivismo y restaura la cátedra de filosofía en la Universidad; es, más que un filósofo, un gran humanista y un gran educador; traza magistralmente la evolución política de México, sirviéndose de las ideas sociológicas de Auguste Comte, Maximilien Paul Émile Littré y Herbert Spencer para iluminar su historia.

Siglo XX
A1 restaurarse la Universidad de México, la historia de la filosofía vuelve a encontrar albergue en la Escuela de Altos Estudios. En 1908 se inicia la obra cultural del «Ateneo de la Juventud», como una lucha contra la desmoralización de la época porfirista. El grupo de ateneístas, un tanto heterogéneo, estaba integrado por humanistas, como Pedro Henríquez Ureña; filósofos, como José Vasconcelos y Antonio Caso; ensayistas, como Alfonso Reyes, Julio Torri y Jesús Acevedo; críticos, como Eduardo Colín; poetas, como Enrique González Martínez. Tratábase, ante todo, de renovar y extender la cultura; todos los ateneístas eran escritores y la mayor parte profesores de la Universidad. Enaltecer la calidad espiritual del mexicano, moralizar el ambiente y renovar las bases filosóficas de la educación oficial fueron sus objetivos primordiales.

Decía Antonio Caso que «el mexicano no puede definirse porque está formándose». Sin embargo, los intentos de construir una «ontología del mexicano» no pasan de ser mera antropología psicologista y culturalista; la ontología —tratado del ser en cuanto ser— es simplemente ontología.

No se pueden dejar los principios de la metodología general y los especiales de cada disciplina, la lógica moderna y sus conquistas, para inventar una lógica y una metodología mexicanas; tampoco se va a hacer una reducción semifenomenológica de todo elemento extramexicano para quedarse en una desnudez intelectual de nivel preoccidental.

¿Acaso el ser mexicano es el ser por excelencia?; la pretensión de forjar una ontología del mexicano es un despropósito. Cosa diversa es que la filosofía, aunque verse sobre lo universal en cuanto universalizable, tenga su acento mexicano; en México, no cabe duda, tienen que replantearse problemas filosóficos «para» su pueblo; pero en todo caso sin confundir la filosofía con la propaganda.

Puede hablarse de un estilo del mexicano que filosofa. Y ese estilo o modo de ser se manifiesta en la preferencia de determinados temas —antropología filosófica, estética, ética, metafísica— y en la postergación de otros —lógica matemática, teoría del conocimiento, filosofía de la ciencia— que, por ejemplo, interesan vivamente a los norteamericanos. Aquí reside el peligro del provincianismo que nos puede hacer perder la visión total y real de la filosofía.

El asistematismo, propio de una filosofía incipiente, el positivismo y el pedagogismo, propios de las circunstancias históricas, no son esenciales a la filosofía de los países iberoamericanos y de México en particular. Sí lo es, en cambio, el pathos religioso que se traduce en un incoercible afán de plenitud subsistencial, en un saber del hombre y para el hombre, saber de salvación, que nos lleva a una filosofía como propedéutica de salvación. Con menos historia y con menos cultura libresca que el europeo, el mexicano se hace desde su raíz la pregunta por todo cuanto hay; en este sentido, no puede escapar a la originalidad de ponerse en movimiento desde el comienzo. Su capacidad de maravillarse y su vocación del ser son patentes; pero falta la necesaria disciplina para penetrar más profundamente en lo de-velado, la ascesis más o menos dolorosa que exige la vocación filosófica. No se puede filosofar sin riesgo y sin decisión; hay que tener el coraje de «arrojarse» en el ser y de asumir, integralmente, el compromiso existencial.

Pero México hace ya décadas que está revitalizando su cultura humanística. El rigor técnico de la filosofía en México va siendo cada vez mayor; no desmerece nada, en sus mejores casos, ante el filosofar europeo. Nuestro quehacer filosófico, provocado fundamentalmente por los mismos motivos incitantes que originaron y originan la filosofía en Europa, tienen innegable universalidad.

De una familia de la clase media, modesta y católica, nació José Vasconcelos (1882-1959), abogado, revolucionario, educador, polemista, ensayista, cuentista y filósofo. Vasconcelos se presenta en el panorama mexicano como un majestuoso volcán que irrumpe en medio de un desierto; dentro de sus múltiples facetas, priva siempre el filósofo. El ser se manifiesta por caminos de emoción existencial. Conocer es reducir a términos de conciencia los elementos más extraños, haciéndolos participar de nuestra vida según sus afinidades con los distintos poderes de nuestra personalidad. El tipo moderno del conocer es coordinar conjuntos. Los distintos a prioris, mental, ético y estético, son los instrumentos de exploración que se reparten el conocimiento. Su visión del universo comienza en la onda magnética y termina en la Trinidad. Habla de revulsiones de la energía dentro de un «monismo diversificado». Sostiene que la verdad, además de adecuación, debe demostrar coordinación; la adecuación se da en lo estático y conceptual; la coordinación es la verdad de lo vivo.

El valor depende de que las cosas se incorporen al espíritu con su ritmo, su armonía y su contrapunto. Sin Dios y sin libre albedrío no sólo es imposible toda ética sino toda existencia. La obra maestra de José Vasconcelos es la Estética; se trata de redimir el mundo físico trocando su ritmo de material en psíquico. Vasconcelos reclama como originales suyas varias tesis filosóficas. No le falta sistema, o estilo personal de pensar, sino método; procede no como científico que demuestra, sino como vidente o artista que muestra. Su producción escrita es verdaderamente imponente; para la filosofía interesan, primordialmente, Metafísica, Ética, Estética, Lógica Orgánica y Todología.

Antonio Caso (1883-1946) es por antonomasia el maestro. Menos original que José Vasconcelos y con menor vuelo especulativo es, no obstante, mejor preceptor, más acabado conocedor y expositor de la filosofía. Aunque se licenció en Derecho, fue profesor de filosofía y sociología; escribió obras sistemáticas, estudios de historia de la filosofía, ensayos, conferencias y discursos. Entre las obras sistemáticas destacan La existencia como economía, como desinterés y como caridad (1919), El concepto de la Historia Universal y la filosofía de los valores (1933), El acto ideatorio (1934), Sociología genética y sistemática (1928).

Junto con Vasconcelos, Caso emprendió la superación del positivismo en México. La intuición es para él el método filosófico por excelencia. La filosofía es visión integral de lo existente y valoración de esa realidad; ¿qué es el conocimiento?, ¿qué es el mundo?, ¿cuál el sentido de la vida?, son los problemas de la ciencia, de la existencia y de su valor que preocupan al maestro Caso.

Los valores se dan en la cultura y existen en la sociedad; la charitas cristiana es una victoria mística sobre la vida en sentido biológico; la ética auténtica será, en todo caso, antibiológica en su esencia; la industria humana es la definición misma de la inteligencia. El «surplus» de energía humana hace del hombre un instrumento posible de la acción desinteresada y el heroísmo; el arte y el espíritu de sacrificio son las dos distinciones supremas de la estirpe; la existencia como caridad es la inversión de la tabla de valores de la existencia como economía; la ley del sacrificio es: maximum de esfuerzo con minimum de provecho. Antonio Caso está influido por el antiintelectualismo de Henri Bergson. No se plantea el problema de la significación precisa de la economía, el desinterés y la caridad en su mutua relación y mezcla, a menudo, la ética con la religión. Abunda en intuiciones certeras, defiende el cristianismo amenazado por un vitalismo ateo, ofrece valiosas incitaciones para hacer de la vida una ofrenda meta-vital.

Samuel Ramos (1897-1963) intenta, por primera vez, elaborar una teoría sobre la cultura mexicana; utiliza la «razón vital» de José Ortega y Gasset y las ideas psicológicas de Alfred Adler. En El perfil del hombre y la cultura en méxico pretende hacer un psicoanálisis del mexicano; expresa, con singular agudeza, muchos de sus defectos; pero se olvida de hacer un catálogo de cualidades.

Escoge tres tipos sociales que juzga representativos: el «pelado» (barriobajero), «el mexicano de la ciudad» y «el burgués mexicano»; y traza así los rasgos del mexicano: 1) caprichoso fantaseo de artificiales destinos; 2) irracional y universal desconfianza; 3) susceptibilidad hipersensible; 4) actuación, o agitación, sin plan racional alguno; 5) naturaleza explosiva y expresión inflada de palabras y gritos; 6) pasión desmedida en política, arte, etc. «Este hombre irritado e inconsistente que huye de sí mismo para refugiarse en las ficciones, padece un inocultable sentimiento de inferioridad, que en vano pretende compensar con su machismo».

En Hacia un humanismo intenta restaurar la armonía del hombre con el mundo. El hombre es un ser que persigue fines valiosos; la cultura no es más que un proceso de humanización que irradia del hombre y se extiende a la naturaleza; los valores del cuerpo tienden a recobrar sus derechos legítimos. La persona, entidad moral, tiene un carácter programático; el hombre tiene la responsabilidad de ser fiel a sí mismo y cumplir su destino. El nuevo humanismo ligado a las exigencias científicas actuales tiene una conciencia más justa, más documentada de los valores originales del hombre y de sus relaciones cósmicas.

Ramos tuvo por la estética una especial predilección; Filosofía de la vida artística es, a nuestro juicio, su obra capital. Estudia los problemas del arte y de lo bello. Creación, contemplación, interpretación y crítica del arte son expresiones de la vida artística. El sujeto del arte y el objeto estético son los dos polos de la vida artística. Para descubrir las leyes que rigen el fenómeno estético, es preciso que el filósofo disponga de una rica experiencia artística; aplica el método fenomenológico a las vivencias estéticas. Sin el arte, la vida sería triste y desolada, porque faltaría uno de los elementos esenciales a nuestra felicidad. Doctor en filosofía y profesor de Estética de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), publicó, además, La estética de Diego Rivera y Veinte años de educación en México; después de su muerte se editó Estudios de estética (1963).

Hacia 1940 se radican en México un grupo de pensadores de España, que conforman parte del exilio producido por la Guerra Civil Española (1936-1939). De Barcelona llegan Jaime Serra Hunter, Joaquín Xirau Palau, Juan Roura y Eduardo Nicol. De Madrid proceden Luis Recaséns Siches, María Zambrano, José Gaos, José M. Gallegos Rocafull y Eugenio Imaz.

Joaquín Xirau Palau (1895-1946) es el principal representante del espiritualismo de la escuela de Barcelona. Su pensamiento filosófico está condensado en Lo Fugaz y lo Eterno y Amor y Mundo. Como expositor de filosofías contemporáneas destaca en Vida, obra y filosofía de Henri Bergson, La filosofía de Husserl, Vida y obra de Ramon Llull, El pensamiento vivo de Juan Luis Vives.

Eduardo Nicol (n. 1907) ha trabajado afanosamente en obras voluminosas de singular importancia: Psicología de las situaciones vitales, Historicismo y existencialismo, El problema de la filosofía hispánica, Metafísica de la expresión y los principios de la ciencia.

José Gaos (1900-1969) despertó vocaciones filosóficas y promovió la investigación en vastos sectores. Su temática se refleja en los títulos de sus obras: Discurso de filosofía, De la filosofía, En torno a la filosofía mexicana, Filosofía en lengua española, Filosofía de la filosofía e Historia de la filosofía, Sobre Ortega y Gasset, La filosofía en la Universidad, Museo de filósofos, El hombre (póstuma).

José M. Gallegos Rocafull (1895-1963) se dedica, preferentemente, a la antropología y a la filosofía de la historia. «El hombre debe morar solamente ahí donde es superior a sí mismo y al mundo, con una superioridad que, a su vez, pueda ser superada en todo instante, quedándole siempre abierto en toda su plenitud un nuevo mundo en el que los más bellos sueños son reales, cuyo ápice es, para el creyente, la divinidad, exaltación la más sublime de la persona en el dogma del Dios uno y trino». Obras principales: La figura de este mundo, La nueva creatura, Allendidad cristiana, La doctrina política del P. Francisco Suárez, El pensamiento mexicano en los siglos XVI y XVII.

Luis Recaséns Siches (1903-1977) es sin duda el filósofo del Derecho más relevante en los países hispanohablantes; cultiva también la filosofía social y política, la axiología y la antropología filosófica. Recaséns explora, con bases orteguianas pero con desarrollos muy personales, el tema de la vida humana, sociedad y derecho. Planea una nueva crítica de la razón, no de la razón pura teorética ni de la razón pura práctica, sino de la «razón de lo razonable», de la «razón de los asuntos humanos». La lógica de lo razonable (logos de la vida humana) presenta características peculiares: 1) la acción del hombre y el logos que la dirige están limitados por una realidad concreta del contorno; 2) el hombre siente necesidades y afronta problemas en cuya solución interviene su imaginación teleológica; 3) en esta empresa intervienen valoraciones de todo tipo; 4) en ellas el hombre toma en cuenta la adecuación de medios a fines, la justificación moral, la eficacia de los medios, etc.; 5) en su actividad valorativa el hombre se orienta por la experiencia vital e histórica.

El materialismo dialéctico o marxista está representado en México por Vicente Lombardo Toledano (1894-1969), que escribe una Ética, unos Escritos filosóficos, y una Suma; Elt de Gortari, autor de una Introducción a la lógica dialéctica, y Adolfo Sánchez Vázquez (n. 1915), autor de Las ideas estéticas de Marx y Sobre la praxis.

El idealismo crítico cuenta en México con no escasos representantes: Francisco Larroyo, Guillermo Héctor Rodríguez, Miguel Bueno y Juan Manuel Terán Mata. Larroyo (n. 1908), autor de numerosas obras, asegura que «la cultura» es el objeto patente de la filosofía, la cual consta de seis disciplinas analíticas y tres sintéticas. Las primeras son: lógica y ética, estética y erótica, filosofía de la religión y mística; las segundas: axiología, antropología y filosofía de la historia. El sistema de la filosofía, además, es abierto. Principales obras: La lógica de las ciencias, El sistema de la estética, Antropología concreta, La filosofía americana, razón y sin razón de ser, El existencialismo, Historia de los sistemas filosóficos.

Leopoldo Zea (n. 19120) funda y organiza el «grupo filosófico Hiperión», que trataba de elaborar una filosofía del mexicano. En el primitivo grupo figuraron, además de Zea, Emilio Uranga, Ricardo Guerra, Joaquín MacGregor, Jorge Portilla, Luis Villoro y Fausto Vega. Zea trata de vincular lo abstracto de los filosofemas a las circunstancias históricas; más que de una historia de la filosofía, cabe hablar de una filosofía en la historia; «el filósofo debe ser una especie de ojos de la sociedad». Encuentra en el existencialismo una conciencia de responsabilidad social. La temática de Leopoldo Zea se centra en la exigencia de una filosofía americana y en la reflexión filosófica sobre la concreta realidad de México.

Emilio Uranga (n. 1922) trató de ofrecer una ontología del mexicano; el sentimiento de zozobra lleva al mexicano al descubrimiento de su frágil y accidental naturaleza, al tiempo que descubre las posibilidades de comprensión; la moral existencialista ha de basarse en dos realidades ónticas: discreción y señorío. Más tarde, Emilio Uranga, como Luis Villoro, se inclina a una concepción neomarxista de la filosofía; los problemas del mundo y de la vida son calibrados a la luz de un materialismo histórico estrictamente teorético, después de haber dado el acta de defunción al existencialismo, porque la desesperación de los intelectuales burgueses no sirve para nada. Luis Villoro escribió un libro sobre René Descartes y pasó por el neopositivismo.

A Eduardo García Máynez (n. 1908) no puede encuadrársele en las direcciones apuntadas. La influencia de Nicolai Hartmann en su pensamiento es patente. En su juventud trató de crear una axiología jurídica como fundamento del Derecho positivo; concibe la libertad como facultad capaz de constituir la base del querer jurídico. Posteriormente elabora una lógica y ontología del deber jurídico; descubre una serie de conexiones esenciales de carácter formal, entre deber jurídico y Derecho subjetivo por una parte, y lo jurídicamente permitido, prohibido, ordenado y libre, por la otra; por eso elabora una ontología formal del Derecho. Además de sus libros sobre axiomática logística, García Máynez publicó una Ética de gran éxito editorial.

Robert S. Hartman (n. 1910), de origen alemán, formado en EE.UU. y arraigado en México, cultiva, ante todo, la axiología; pretendió fundar una nueva teoría del valor dentro de un positivismo lógico; la axiología práctica (medición axiológica) se utiliza en el análisis crítico de poemas y dramas, la organización comercial, la valoración del programa de una compañía de seguros, la producción estética, etc. Dentro de la misma línea de la filosofía analítica trabaja Alejandro Rossi.

Los filósofos católicos siempre han sido los más en México; reseñemos los que, a juicio de Francisco Larroyo, son más destacados en la segunda mitad del siglo XX: Oswaldo Robles (1904-1969) restaura la filosofía neotomista dentro de la Universidad de México. Las filosofías no son nuevas o viejas, sino verdaderas o falsas; todo depende de su reductibilidad o irreductibilidad a la evidencia. Robles profesa un tomismo viviente que incorpora a una síntesis ideal: la fenomenología de Edmund Husserl. Escribe una Propedéutica filosófica, un Esquema de antropología filosófica y una Introducción a la psicología científica.

José Sánchez Villaseñor (1911-1961) se destaca como unagudo e implacable crítico de José Ortega y Gasset y de Vicente Gaos. Jesús Guisa y Azevedo figura, también, dentro de la polémica filosófica en México con sus libros Lovaina de donde vengo, Hispanidad y germanismo, El cardenal Mercier. Antonio Gómez Robledo (n. 1910), filósofo jurista y diplomático, publica en 1942 su tesis de maestría Cristianismo y filosofía en la experiencia, y en 1946 su tesis doctoral Filosofía en el Brasil. En 1954 traduce del griego la Ética a Nicómaco, y antes había traducido La Política, de Aristóteles; ambas con importantes introducciones y notas. Fruto de sus investigaciones sobre los valores son Ensayo sobre las virtudes intelectuales y Sócrates y el socratismo.

Agustín Basave Fernández del Valle (n. 1923) «ya a mediados del cuarto decenio de su vida, ha probado ser —escribe Recaséns Siches— una de las cabezas jóvenes mejor dotadas para la filosofía en el hemisferio occidental» (Dianoia, 1960). De su veintena larga de libros publicados, casi todos son de filosofía. Su sistema es denominado, por él mismo, un «integralismo metafísico antroposófico dentro de una filosofía como propedéutica de salvación». Entre sus principales obras sistemáticas están: Filosofía del hombre (1957), Ideario filosófico (1961), Teoría de la democracia (1963), Metafísica de la muerte (1967), Teoría del Estado (1955), El romanticismo alemán (1964), Tratado de metafísica: Teoría de la «habencia» (1982), La sinrazón metafísica del ateísmo (1986). Entre las de historia de la filosofía: Breve historia de la filosofía griega (1951), La filosofía de José Vasconcelos (1958), Existencialistas y existencialismo (1958), Samuel Ramos (1965).

La antropología filosófica de Basave, tema cultivado con limpia pasión filosófica, ofrece una visión bipolar y contrapuntual del hombre. La pareja metafísica: desamparo ontológico-afán de plenitud subsistencial, tiene su correspondiente pareja psicológica: angustia-esperanza. Con método sineidético, se profundiza en la dialéctica de la situación humana y se ofrece una nueva vía hacia Dios y una nueva prueba de la inmortalidad del alma. La metafísica de la «habencia» (todo cuanto hay en el ámbito finito) estudia la urdimbre omnienglobante de seres, posibilidades, normas, nada relativa, en ofertividad contextual; los primeros principios metafísicos (1, presencia; 2, participación; 3, contexto; 4, sintaxis; 5, sentido) y el supremo fundamento de la habencia. «La obra del profesor Basave, abierta a los más señalados horizontes del pensamiento contemporáneo sobre el hombre, con abundantes citas de sus principales portavoces, e impregnada de un espíritu de acogedora hospitalidad y constructividad armónica para cuanto tienen de legítimo, es digna de especial atención —escribe Juan Zaragueta— para cuantos se sienten perturbados ante las dramáticas antítesis de que actualmente es objeto el hombre, y con él la filosofía que hace de él su centro» (Revista de filosofía, Madrid, julio 1957).

La actividad filosófica suscitada por Antonio Caso y José Vasconcelos prosigue, después de sus decesos, con mayor rigor y pujanza. La historia de la filosofía en México parece haber entrado dentro de los cauces de la normalidad filosófica; la participación de filósofos mexicanos en los últimos congresos internacionales e interamericanos, los libros y las revistas filosóficas, así lo testimonian. Las revistas filosóficas no son muy abundantes, pero las que existen guardan un alto nivel comparable a los mejores casos de América y de Europa: Dianoia, del Centro de Estudios Filosóficos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); Humanitas, del Centro de Estudios Humanísticos de la Universidad de León; Revista de la Sociedad Mexicana de Filosofía, Revista de Filosofía de la Universidad Iberoamericana, Logos de la Universidad Lasalle, etc. El intuitivismo, el personalismo trascendente, el sentido profundo de las realidades existenciales y el esprit de finesse, propios del mexicano, hacen augurar una nueva y brillante etapa a la filosofía mexicana —pensemos en los casos de Arturo Azuela, Alejandro Rossi, Fernando Salmerón, Mauricio Beuchot Puente, y un largo etcétera—, siempre que impere la disciplina y el rigor científico.

Autor: Cambó

Filosofía en la Enciclopedia Jurídica Omeba

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