Olimpiada de México

Olimpiada de México en México

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La XIX olimpiada de los tiempos modernos se celebró en la Ciudad de México del 12 al 27 de octubre de 1968 y pasó a la historia del deporte como la competición en que más récords se batieron hasta aquella fecha: 17 mundiales, 29 olímpicos y 58 nacionales. La televisión transmitió a más de 1.000 millones de espectadores el desarrollo de los juegos, que pudieron celebrarse por encima de problemas deportivos, políticos, sanitarios y raciales, mostrando al mundo el colorido y la simpatía de la forma de ser hispana. José Ramón Ariño, periodista, resume los resultados deportivos de los juegos y el tenso ambiente que precedió a su inauguración.

Las ceremonias de inauguración y clausura de los Juegos Olímpicos, con todos los miles de atletas vistiendo sus uniformes nacionales, constituyen cuadros bellísimos y de una policromía sin límites.

Deporte a más de 2.000 metros
Cuando el 12 de octubre de 1968, Fiesta de la Hispanidad, se celebró la jornada inaugural de la XIX Olimpiada, muchos deportistas de todo el mundo respiraron aliviados, ya que se habían suscitado tantos problemas que parecía que los juegos iban a suspenderse. Tras superar un largo debate respecto a la altitud de la capital mexicana (2.277 metros sobre el nivel del mar) y su influencia sobre los atletas, así como numerosos problemas de organización, estalló el escándalo al decidir el Comité Olímpico Internacional (COI) admitir a Sudáfrica en la Olimpiada. Numerosos países del Tercer Mundo, apoyados por todos los del bloque socialista, amenazaron con no enviar sus atletas a México si no se mantenía la prohibición de que participara en las competiciones un país donde se discriminaba a los negros. Sudáfrica no fue admitida, y curiosamente la Olimpiada de México registró un sorprendente triunfo de los atletas de color, conquistando medallas 45 de ellos. Fue la revelación de numerosos países africanos que habían pasado en poco tiempo de las danzas tribales a las competiciones deportivas modernas.

El «black power» sube al podio
Pero los triunfos negros alcanzaron también a los norteamericanos, que obtuvieron el primero y el tercer puesto en los 200 metros. Tommie Smith y John Carlos subieron al podio a recoger sus trofeos y mientras sonaba el himno estadounidense levantaron sus puños enguantados de negro, manteniendo baja la mirada. Sus compatriotas Lee Evans, James y Ron Freeman, también de color, ganadores de las medallas de oro, plata y bronce, respectivamente, en los 400 metros y de la de oro, junto a Matthews, en la carrera de relevos 4 x 400, volvieron a hacer el mismo gesto de protesta a la hora de recoger sus trofeos. Aparte de batir los récords mundial, olímpico y americano, los seguidores del Black Power (Poder Negro) se tomaban su revancha y denunciaban ante el mundo «la hipocresía de una patria sólo para blancos». No hay que olvidar que entonces las calles norteamericanas registraban numerosos disturbios raciales y el movimiento antirracista luchaba por la igualdad de derechos civiles y contra la guerra de Vietnam. El campeón del mundo de los pesos pesados, Mohamed Alí-Cassius Clay, perdió su título por negarse a ir a la guerra, afirmando que «ningún vietcong me ha hecho nada» y recordando que cuando en la Olimpiada de Roma (1960) conquistó la medalla de oro de los grandes pesos para Estados Unidos, no pudo celebrar la victoria al regresar a Louisville, su ciudad natal, porque fue expulsado de un restaurante «sólo para blancos». Clay, indignado, cuenta en su libro de memorias El más grande cómo inmediatamente arrojó su medalla al río Mississippi.

No fue éste, sin embargo, el aspecto extradeportivo que más llamó la atención en estos juegos, que se vieron precedidos por la matanza de estudiantes en la plaza de las Tres Culturas de la capital azteca. Una vez conocida la noticia, el ambiente se hizo tan sombrío que nadie confiaba en que las olimpiadas pudieran inaugurarse sólo diez días después de la dolorosa extralimitación del ejército mexicano. Y, sin embargo, así ocurrió.

En el desfile inaugural participaron 6.059 atletas de 112 países que iban a competir en 18 deportes (el judo, que había sido deporte olímpico en Tokio, en 1964, dejó de serlo esta vez) y la ceremonia resultó un éxito. México renunció al derecho que tenía como país anfitrión a tocar su himno, y los atletas desfilaron con la música del Himno a la alegría, de Beethoven. La atleta mexicana «Queta» Sánchez fue la portadora de la antorcha olímpica y la que encendió el fuego sagrado en el gran Estadio Azteca, decorado con mosaicos de Diego Rivera.

Un récord increíble: 8,90 metros en salto de longitud
En la Olimpiada de México destacó el colorido, la buena organización y la simpatía de los habitantes de la ciudad de México (3.100.000) y del Distrito Federal, donde está enclavada la urbe (8.500.000). Los deportes náuticos tuvieron como escenario la bellísima bahía de Acapulco, en la costa oeste del país. La altitud de la ciudad de México favoreció a todos aquellos deportes que precisan de un esfuerzo rápido y poco sostenido (saltos, carreras cortas) y perjudicó a los de resistencia. De los 17 récords mundiales y 29 olímpicos que fueron batidos, todavía hay uno que permanece sin superar hoy día: los 8,90 metros que saltó en longitud el norteamericano de color Robert Beamon. La marca anterior estaba en 8,35 metros y el propio Beamon sólo había llegado a saltar 8,33 metros hasta que en la desapacible tarde de la final de saltos mexicana realizó un «vuelo perfecto» (rápido sprint, gran precisión, bote potentísimo, enérgica tijera en el aire y portentoso golpe de ríñones hacia delante en el momento de la caída), quizá favorecido por una racha de viento, y dejó asombrados a todos, al superar en 55 centímetros el récord anterior, establecido por su compatriota Ralph Boston.

Otro espectáculo de los Juegos de México fue la competición de salto de altura. El uso de pistas de tartán mejoró los botes de los saltadores, y la gomaespuma del foso permitió al rubio estudiante norteamericano Mike Fosbury saltar de espaldas al listón, caer sin romperse la columna vertebral y batir el récord mundial de Brumel y Thomas (2,18 metros), colocándolo en 2,24 metros. La espectacularidad y la novedad del «estilo Fosbury» hicieron que los que presenciaban los saltos casi no prestaran atención a la llegada al Estadio Azteca del vencedor de la durísima prueba del maratón (a 2.277 metros de altitud), el atleta etíope Mamo Wolde (también de color), que sacó más de tres minutos al japonés Kimihara y al australiano Jim Ryun, dejando en la cuneta a su compatriota Abebe Bikila, ex campeón maratoniano, que tuvo que retirarse a mitad de la carrera. Wolde, tras recorrer los 42 kilómetros y 195 metros de la prueba en 2 horas, 20 minutos, 26 segundos y 4 décimas, todavía dio un par de vueltas más al estadio, demostrando que la altura no era problema para un atleta bien entrenado en carreras de fondo.

Otros deportes
En los lanzamientos destacó el blanco norteamericano Al Oerter, que lanzó el disco a 64,78 metros de distancia y revalidó por cuarta vez consecutiva su título olímpico (Melbourne, 1956; Roma, 1960; Tokio, 1964; México, 1968), hazaña nunca lograda por otro deportista. En México fue la primera vez que las atletas femeninas, especialmente las lanzadoras, tuvieron que pasar controles médicos para comprobar efectivamente su sexo. También se establecieron férreos controles antidroga.

En natación masculina, el norteamericano Mark Spitz, que había anunciado que ganaría seis medallas de oro, tuvo que conformarse con dos (en los relevos 4 x 100 y 4 x 200) y esperar a la Olimpiada de Munich (1972) para obtener siete de oro. En natación femenina, las norteamericanas arrasaron. La española Mari Paz Corominas se clasificó en séptimo lugar en 200 metros espalda, con un tiempo de 3 minutos, 33 segundos y 9 décimas. El nadador Santiago Esteva, en 200 espalda masculino, se clasificó en quinto lugar y dejó el récord español en 2 minutos, 12 segundos y 9 décimas. El mexicano Felipe Muñoz ganó la primera medalla de oro de la natación azteca en los 200 metros braza.

En gimnasia, el monopolio áe la Unión Soviética fue roto en la categoría masculina por el japonés Sawao Kato (oro) y Nakayama (bronce), que también vencieron por equipos. En gimnasia femenina ganó la checoslovaca Vera Caslavska, que hizo sus ejercicios al son de La cucaracha y Allá en el Rancho Grande, lo que le granjeó las simpatías del público mexicano. Durante los juegos contrajo matrimonio con su compatriota Josef Odlozil, atleta semifondista. Cuando la checa venció a las soviéticas Voronina (plata) y Kutchinskaia (bronce), que sin embargo ganaron por equipos, el público aplaudió enfervorizado: todavía estaba reciente la invasión de Checoslovaquia por los tanques soviéticos para aplastar la Primavera de Praga. Pero alguien dijo en voz alta: «En Praga no hubo muertos como en Tlatelolco.» La realidad es que también los hubo, aunque no tantos. En boxeo de pesos pesados, el negro norteamericano Foreman ganó al soviético Chapulis, en un bonito combate.

En los deportes por equipos revistieron especial brillantez los partidos de voleibol (URSS, oro; Japón, plata; Checoslovaquia, bronce) y asombraron los japoneses en casi todas las especialidades, obteniendo también medalla de plata en fútbol. En este deporte, España hizo un modesto papel, siendo eliminada en los cuartos de final por México, y una representación mala en el resto. Los estadounidenses revalidaron su título olímpico de baloncesto, y los yugoslavos vencieron a los soviéticos. En hockey, Australia eliminó a la India pero sucumbió frente a Pakistán. Atletas de países jóvenes, sin tradición deportiva, como Kenia, Etiopía, Mongolia, Japón y el propio México, pudieron subir a los podios.

Autor: J. R. A.

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