Agustín de Iturbide

Agustín de Iturbide en México

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Vida de Agustín de Iturbide

Agustín de Iturbide (1783-1824), emperador de México de mayo de 1822 a marzo de 1823, nació el 27 de septiembre de 1783, en Valladolid, hoy Morelia, en México, donde su padre, un viejo español de Pampeluna, se había establecido con su esposa criolla. Tras disfrutar de una educación mejor de la que entonces era habitual en México, Iturbide ingresó en el servicio militar, y en 1810 ocupó el puesto de teniente en el regimiento provincial de su ciudad natal. En ese año estalló la insurrección de Hidalgo, e Iturbide, más por política, al parecer, que por principios, sirvió en el ejército real.

Dotado de un espléndido valor y de brillantes dotes militares, que lo capacitaban especialmente para la guerra de guerrillas, el joven criollo prestó un notable servicio y ascendió rápidamente en el escalafón militar. En diciembre de 1813 el coronel Iturbide, junto con el general Llano, asestó un golpe demoledor a la revuelta al derrotar a Morelos, el sucesor de Hidalgo, en la batalla de Valladolid; y el primero siguió con otra victoria decisiva en Puruarán en enero de 1814. Al año siguiente, Don Agustín fue nombrado al mando del ejército del norte y a la gobernación de las provincias de Valladolid y Guanajuato, pero en 1816 se presentaron graves acusaciones de extorsión y violencia contra él, lo que provocó su destitución. Aunque el general fue absuelto, o al menos aunque se abandonó la investigación, no reanudó sus mandos, sino que se retiró a la vida privada durante cuatro años, que, según se nos dice, pasó en un rígido curso de penitencia por sus anteriores excesos. En 1820, Apodaca, virrey de México, recibió instrucciones de las cortes españolas para proclamar la constitución promulgada en España en 1812, pero aunque al principio se vio obligado a someterse a una orden por la que su poder estaba muy restringido, secretamente acarició el designio de revivir el poder absoluto para Fernando VII en México.

Con el pretexto de sofocar los restos de la revuelta, reunió a las tropas y, poniendo a Iturbide al frente, le ordenó que proclamara el poder absoluto del rey. Cuatro años de reflexión, sin embargo, habían modificado las opiniones del general, y ahora, guiado tanto por la ambición personal como por la consideración patriótica hacia su país, Iturbide resolvió abrazar la causa de la independencia nacional. Sus acciones posteriores -cómo emitió el Plan de Iguala, el 24 de febrero de 1821, cómo por la negativa de las cortes españolas a ratificar el tratado de Córdoba, que había firmado con O’Donoju, se transformó de mero campeón de la monarquía en candidato a la corona, y cómo, aclamado por los soldados como Emperador Agustín I. el 18 de mayo de 1822, se vio obligado en diez meses, por su arrogante descuido de las restricciones constitucionales, a presentar su abdicación a un congreso que había disuelto por la fuerza, se encontrará detallado bajo México.

Aunque el congreso se negó a aceptar su abdicación sobre la base de que hacerlo sería reconocer la validez de su elección, permitió al ex-emperador retirarse a Leghorn en Italia, mientras que en consideración a sus servicios en 1820 se le confirió una pensión anual de 5.000 libras. Pero Iturbide resolvió hacer una apuesta más por el poder; y en 1824, pasando de Leghorn a Londres, publicó una Declaración, y el 11 de mayo se embarcó hacia México. Inmediatamente, el Congreso dictó una ley de proscripción contra él, prohibiéndole pisar suelo mexicano bajo pena de muerte. Ignorando esto, el ex-emperador desembarcó disfrazado en Soto la Marina el 14 de julio. Casi inmediatamente fue reconocido y arrestado, y el 19 de julio de 1824 fue fusilado en Padilla, por orden del estado de Tamaulipas, sin que se le permitiera apelar al congreso general. Don Agustín de Iturbide es descrito por sus contemporáneos como un hombre de bella figura y de modales congraciados. Su brillante valor y su maravilloso éxito lo convirtieron en el ídolo de sus soldados, aunque con sus prisioneros mostró la más fría crueldad, jactándose en uno de sus despachos de haber honrado el Viernes Santo fusilando a trescientos infelices excomulgados. Aunque se le describe como amable en su vida privada, parece que en su carrera pública fue ambicioso y sin escrúpulos, y por su altivo temperamento español, impaciente ante toda resistencia o control, perdió la oportunidad de fundar una dinastía imperial segura. Su nieto Agustín fue elegido por el malogrado emperador Maximiliano como su sucesor.

Revisor de hechos: Chris (DP)

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